viernes, 16 de abril de 2010

Quizás sea culpa del insomnio otoñal.

Del no poderse dormir, al parecer, emergían fantasmas de luz pasada que apresaban buenos momentos y saludaban con cara de faltar poco tiempo, cara de estar esperando un reencuetro, cara de ansias. Fantasmas con vida útil de hasta cuatro años, pero sin fecha de caducidad, (eso sí). Sabrá el universo porqué quieren ellas permanecer tan aferradas al baúl de mi camino.. Sabrá el universo. [o no!]
Desde las entradas por la puerta trasera, el recorrido por camino de tierra bordeando un gran campo también comformado por tierra y líneas débilmente delimitadas de color blanco, hasta una exacta posición del espejo, de la puerta, de las camas, el sofá, el olor a pan caliente y el ruido de la puerta de cada horno.
De cada calle. Cada una de ellas, sus mercados, sus plazas, su playa. Cada tarde desgastada en su Sardana, y cada noche en las piedras, refugiados en la arena que nos humedecía como trapos sucios quemandonos con el humo gris y las brazas, que a la vez hacían de antorchas guías e iluminadoras del paso de las horas.
Fantasmas con nombres grabados con momentos, con horas y abrazos, con miradas y juegos.. Fantasmas que me roban, aun hoy, sonrisas de satisfacción. Manos escapandose y colandose para ahcernos compañía en medio de la ingenuidad que se pintaba con delicadeza y virginidad.
Los extrañé. Anoche, hoy y siempre.
... Sonreía. En medio de la oscuridad, tapada por que el fresquito que entraba de la ventana me acariciaba la sonrisa..
Y sonreía..

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