sábado, 20 de julio de 2019

El insoportable peso de la madurez de la manzana

Un día después de su carta, comprendí que el espacio que me estaba dando, aquel margen de maniobra que me ofrecía, no era para mí, sino más bien para él mismo.
Entendí que no iba a recibir más letras durante un fin de semana y que no habría mayor comunicación que la que fluyera de mis recuerdos, y con suerte, también, de los suyos.
Él necesitaba pensar. Escapar por unos días de la ciudad, del amor duplicado y de los brazos de mujeres que no fueran la suya. Precisaba entender más allá del ‘hoy y ahora’ qué era lo que realmente estaba ocurriendo; por qué y, quizás, si este asunto estaba relacionado con la duplicación del amor o eran dos asuntos totalmente diferentes que, casualmente, la vida los había juntado como por arte del destino.
Es una buena idea reflexionar sobre lo mismo, pensé para mí. Debería retroceder, darle al ‘play’ y analizar si a mí también se me hubieran caído solas las manzanas del árbol, por pura madurez del fruto o si, por el contrario, el sacudón del árbol tuvo implicancia en el proceso. Probablemente ambas cosas han pasado, y la primera hubiera llegado igual, sola y sin sacudones, posiblemente en un tiempo posterior, pero hubiera llegado. Hubiera caído, por su propio peso [tarde o temprano], como caen todas las cosas que ya no se sostienen más donde están, que ya no encajan, que ya aportaron todo lo que podían en ese espacio y tiempo.
De todas formas, merece la pena plantearse eso ahora? Ahora que, ya están maduras y en el suelo. Ahora que, madura esa manzana, ya la mordí. La estoy saboreando mientras la mastico y estoy deseando tragármela para, posteriormente, volver por un trozo más. 

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