miércoles, 18 de septiembre de 2019

Qué carajo es el enamoramiento?

Casi 30 años en esta cosa redonda que gira y gira, haciéndome más vieja, conociéndome más, coleccionando personas, nombres y apellidos con patitas, anécdotas y pecados con algún que otro raspón y cicatriz (cualquiera diría); sin embargo, aún no he logrado definir qué carajo es el enamoramiento. No he podido encontrar definición homogénea bajo la cual incluir el cumulo de sentimientos que engloban, para mí, la expresión "estoy enamorada". 
¿Viene siendo lo que sentí por Facundo, aquella primera vez que me hice la ahogada en la playa para que me viniera a salvar? ¿o lo que sentí por Pancracio la primera vez que una mano masculina acarició [de esa especial manera] mi piel?
Enamoramiento, en mi cuerpo, podría describirse como un enorme ejército de átomos y hormonas revolucionadas, locas de euforia y pasión, saltándome de un órgano a otro, sin control, dejando en evidencia que el cuerpo del hombre que me atrae está acerca a mí. Por tanto, en sentido estricto, Robertito, Juancito, Pablito (y alguno más que cuyo nombre no recuerdo), del aula de 4to grado de primaria, podrían catalogar como miembros de la lista de "hombres de los que me he enamorado en algún efímero (o no) momento de mi vida". 
Enamorarse, según mi tendencia al perfeccionismo y mi alto grado de perseverancia, puede parecerse al valiente acto que uno realiza cada 31 de diciembre, escribiendo en un papel los objetivos futuros que confía cumplir durante los siguientes 365 días. En otras palabras, Samir, José, Aldo, Alfredo, y algún otro, fueron todos estrellamientos fugaces en mi corazón, o quizás más en mis pulmones, por el trabajo que me dieron con cada uno de mis suspiros.
Por el contrario, si definimos enamoramiento como aquel sentimiento que uno siente, cual brasa ardiendo dentro del pecho, al contactar de alguna manera (ya sea con método tan tradicional como la telepatía o tan millennial como un whatsapp) con ese cuerpo que invade toda tu cabeza, entonces diría que Richard también debería ser añadido a mi lista de enamoramientos fortuitos; enamorada diría también que estaba cuando un hacha oxidada me partió el cuerpo en dos cuando Pancracio me dejó. 
Entonces podría medir también lo enamorada que estuve de ellos por la cantidad de lágrimas que derramé en su nombre, ya sea por no poder tenerlos o por haber dejado de hacerlo. 
Enamorarse quizás, entonces, es más lo último que lo primero. Enamorarse no es amar, sino temer no ser amado. Temer perder el cuerpo y alma de uno mismo al despegarse del otro. Enamorarse es esa fugaz purpurina que te llena los ojos de brillo para hacerte enceguecer, para falsamente hacerte creer que toda esa burbuja de brillantina es tan cierta que durará eternamente. Que Víctor se verá siempre así de atractivo, interesante, divertido, sexy, intelectual, joven y cariñoso (y un largo etcétera), cuando todos sabemos que Víctor no será tan intelectual, ni tan buena gente, ni tan atento, ni tan feroz en la cama después de un par de meses, cuando Víctor siga siendo el mismo Víctor pero tu hayas gastado toda la bolsa de purpurina y tus pupilas vuelvan, otra vez, a ser negras como la pura realidad que rodea al amor, al enamoramiento y a la obsolescencia programada a la cual están destinados a vivir ambos sentimientos.  


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Qué carajo es el enamoramiento?

Casi 30 años en esta cosa redonda que gira y gira, haciéndome más vieja, conociéndome más, coleccionando personas, nombres y apellidos con ...