martes, 23 de julio de 2019

Como las frutas, pero mejor y peor al mismo tiempo.

Lo que la gente llama madurar es, además de subjetivo, complicado.
La acción implica no sólo cumplir años y avanzar en el camino empedrado y embarrado de esta vida, sino también ir aprendiendo a curarse solo, a lamerse las heridas, dejando ya de lado las curitas con motivos de Mickey Mouse y de princesa encantada.
Crecer es mirarte al espejo y verte los defectos, y ser el primero en detectártelos, en saber que ahí están, mirandote fijamente y hablánsote bajito (los muy hijos de puta). Es mirarte al espejo y asentir cuando una voz interior te dice "la cagaste, hermana"; es entender que, muy a nuestro pesar, los adultos no siempre tienen [todas] las respuestas. La madurez enseña a detectar quien es amigo y enemigo, quien está siempre, a veces o nunca, y de estas tres opciones, quién lo hace desinteresadamente, por amor, o por cuestiones varias que, gracias a tu madurez y experiencia, ya sabrás detectar cuales son.
Madurar es también enfrentar realidades que duelen, pero que son muy necesarias. Es pintar tu cuerpo, tu casa y tu vida de realismo (no, no del mágico... Qué mas quisiera yo!). Es aceptar que hay cosas que son así, y de nada sirve patalear.
Es recordarte cada día que A es A y Z es Z y que, por mucha cercanía entre ellas, una está al inicio y la otra al final. Punto.
Madurar es un terrible paso que se debería dar, pero que no todos dan: Miedo? Comodidad? Falta de compromiso? Falta de necesidad? Es interesante saberte dueño de tu realidad, de tu vida y tu destino; lo difícil es aceptar la realidad, dirigir la entera propiedad de tu vida y tu destino, todo esto sin titubear y dando pasos certeros, si señor!
Madurar es moverse por uno mismo, porque nadie va a venir a sacudirte, a besarte, ni a regalarte nada que no hayas salido a buscar. Madurar, a veces, te enseña (o no...) a saber lo que quieres; bueno, no siempre sabes lo que quieres, pero muchas veces sabes lo que no quieres y eso te ayuda un poco (es cierto, a veces también te confunde otro poco).
Madurar es entender que la vida se pone cada día más complicada. Que te corre cada vez más rápido para ir quitándote la energía, para agotarte y sofocarte hasta que ya no puedas más y caigas al suelo embarrándote con hojas de árboles amarillentas y gotas saladas que se entremezclan entre lágrimas y sudor.
Es asumir más responsabilidades, más compromisos, más vidas en tus manos, en tu cuerpo, en tu alma. Es asumir que cada persona que entra en tu vida con una historia en particular, te regalará una cajita muy suya; muy tuya; muy vuestra, la cual tendrás que cargar (o no) durante el resto del camino. Cabe alcarar que hay cajitas de todo tipo. Están las descartables que se tiran al poco tiempo de vencer; las de cristal, que si se caen se rompen; las de cera que, como las modees mucho se derriten en tus propias manos; las de hierro, pesan y se oxidan; las de telgopor que no pesan, no se rompen, no se derriten ni se oxidan pero... tampoco hacen mucho más que cumplir la función de caja; por último, las de madera: se añejan pero perduran.. cambian de color, de olor... sufren metamorfosis de todo tipo pero ahí siguen. La desventaja es que pesan. Pesan mucho y muchas veces provocan hasta dolores de espalda. Estas son peligrosas; uno debe aprender (otra vez aprender) cuándo dejarlas en alguna repisa, bien guardadas, en alguna habitación a la que, quién sabe, se pueda volver a buscarla, abrirla, sonreír al volver a ver su contenido. Es necesario saber que dejar duele (eso también es parte del aprender a madurar; Dejar, duele), pero uno debe discernir (eso también te lo dan los años), priorizar(se), proteger(se).
Como se puede apreciar, madurar es una empalagosa combinación entre arte y quilombo; una auténtica tragicomedia, acompañada de muchos saborizantes que te confunden en el camino entre la felicidad, que te hacen creer que existe perpetuamente, y la fatalidad, que te hacen creer que ¡no es para tanto, che!, y en el medio de esa isla desolada al mismo tiempo que paradisíaca, estas vos, con tu mochilita al hombro y tu peluche colgando de la mano, parado bajo el ardiente rayo de sol, dispuesto a subirte al barquito que te llevará a recorrer esta aventura, este terrible [a la vez que hermoso] compromiso que pudiste adquirir ahora que ya estás maduro para emprenderlo, con todo lo que ello conlleva.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Qué carajo es el enamoramiento?

Casi 30 años en esta cosa redonda que gira y gira, haciéndome más vieja, conociéndome más, coleccionando personas, nombres y apellidos con ...