viernes, 23 de julio de 2010

Ciudad dorada


Y ahora, mientras te dejas… mientras miras de costado y dejas que agarre tu mano y te guíe, como si fuera la primera vez que caminases a mi lado, inventándonos el camino, sabiéndonos desconocidos y haciendo de cuenta que nunca nos hemos acariciado la piel. Te llevo [sin querer y queriéndolo a la vez] por las escaleras, escuchando el crunch crunch de cada hojita otoñal que pisamos, de cada escalón, de cada zapato descendiendo… hasta llegar al final, hasta llegar… Hasta dejar de bajar.
Y mientras tanto estás en la simple tarea de alargar un pie primero, y otro después… Mientras tanto me mirás los zapatos y.. y yo tampoco puedo creer lo que veo.
 En el medio del casi-ruido de taco contra el asfalto, en la mitad de una interrupción de bajada, (zarandeándome del brazo) te parás en seco y te ceñís a mi cintura, continuás apretándome la mano izquierda, tan fuerte como lo estabas haciendo hace uno instante atrás, mientras que tu otra mano se desliza suavemente hasta encontrarse con mi pecho derecho, y entonces el cataclismo de tus labios y mi lengua se encuentran en una inminente ensalada de ganas, de acumulación de momentos y de falta de respeto por el tiempo perdido, por los daños causados, por las camas desperdiciadas, y las sábanas sin destender…  Cuando volvemos a abrir los ojos, todo se parece a... Sí, innegablemente se parece. Se confunde también con la inicial 17,  las luces casi apagadas y el sol desapareciendo arriba nuestro… A mi cuerpo fundiéndose un instante más arriba del tuyo, y a tu mano recorriéndome, A mi pelo entre las sábanas y una mezclase de calor y frío, de amor- odio, de contigo y sin ti, de perderte para siempre sin dejar de hacerte el amor cada cierto período de tiempo… De empezar a desgarrarte de a poquito, suavecito y así… a nuestra manera tan estúpida de estar sin terminar de quedarnos, de amarnos sin terminar de moldear la plastilina, con más agua de la necesaria y falta de arena; la simple rutina de no empezar a perder tantos miedos, tantos nudos y telarañas que dan asco! Tantas idas y vueltas en la perfección de la auto-exigencia y después nos preguntamos, ¿Para qué?
Tanto no sé que para guardar todo en una cajita y no soltarlo al aire jamás. Tantas letras que no sirven para nada. No me sirven a mí. No te sirven tampoco a vos. Tantos quizás en el camino, y tan poca confianza a esta altura. Qué vergüenza! Tantos tantos, y al final, tan pocos..

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